Leer, en ocasiones, se convierte en una especie de batalla. Una pelea entre lo que sucede dentro de quien lo lee y el texto que estás leyendo. Pocas son las historias que, sin necesidad de artificios ni juegos oscuros con la trama, hacen que algo conecte con el lector y sacuda algunos recuerdos que creía desaparecidos o, cuanto menos, dormidos. Supongo que esta reseña va a ser un poco complicada porque, como bien dice Eloy Moreno sobre la novela “Invisible”, prefiero no contar de que trata para que sea el lector el que vaya descubriendo por sí mismo lo que le sucede al protagonista de esta historia. Y es que, en ese título, en esa única palabra, se resume perfectamente todo lo que sucede en el libro. ¿Os habéis sentido alguna vez así? Invisibles, como si nadie os viera, como si todo pasara a través de vosotros y nadie tuviera el interés suficiente para que os volváis visibles, corpóreos, llenos de la vida que dan las relaciones, el contacto con el otro, las palabras que nos definen y que van formando lo que fuimos, somos y seremos. ¿Y alguna vez habéis querido ser tan invisibles que nadie pudiera veros? Pero no como un juego de superpoderes, sino como un mecanismo de huida, de protección, de defenderse frente a la realidad. Muchos de nosotros, cuando éramos jóvenes, nos sentimos así. Y si algo hay que agradecerle a esta novela es que nos enseñe que, aquello que damos por algo sin importancia, la tiene, y mucho.
Leer “Invisible” supone, para algunos, un ejercicio de superación, una pelea constante, un brillante ejercicio para que muchos adolescentes - pero ojo, también adultos - puedan leer y reflexionar sobre aquellas cosas que les suceden y de las que no son capaces de hablar. Esta novela, es una historia que nos habla de un problema muy real, pero aludiendo a ciertos elementos fantásticos que entenderemos a la perfección una vez terminemos la novela. Una novela que, por otra parte, es muy sencilla en sus formas, pero muy reflexiva y con un movimiento de debate contaste. ¿Cuál sería la mejor forma de exponerla? Creo, sin temor a equivocarme, que en grupo. Suele decirse que la lectura es un placer solitario, pero son libros como este los que demuestran que las distintas visiones de una misma novela pueden enriquecer de una manera brutal.
Ser adolescente, pertenecer a un instituto, a un grupo de amigos, es una parte fundamental de nuestro desarrollo como individuos. Crecer es algo que nos asusta y nos deja exhaustos pensando en todo aquello que nos rodea. El miedo, no uno paralizante en la mayoría de los casos, pero sí el que tiene que ver que con esa incertidumbre de qué nos está sucediendo es el punto de inicio de “Invisible”. Muy acertada esta historia para todos aquellos que nos sentimos fuera de lugar en su momento, para aquellos que se sienten ahora, y para evitar que muchos se sientan así en un futuro. Leerla, debería convertirse en una batalla contra la injusticia que una realidad convierte en costumbre. Y sentirse invisible, que nuestra mente lo interprete así, que nos convirtamos en nuestro peor enemigo, son sentimientos que no deberían darse, sobre todo, a estas edades. Esta obra sirve, sobre todo, para una cosa: para no callar. Si las palabras nos moldean, nos cambian, nos protegen o nos convierten en lo que de verdad somos, lo que consigue esta novela es que el grito sea más fuerte que el silencio; que la fantasía pasee por nuestra vida como diversión y no como una forma de huir de lo que nos está sucediendo; que los adultos puedan mirar a los jóvenes a los ojos y entender qué es lo que está sucediendo; que aquellos que sufrimos no estamos solos nunca más.
María Martín-Consuegra Pozuelo
"No callar", porque "las palabras nos moldean, nos cambian, nos protegen o nos convierten en lo que de verdad somos"... Una interpretación muy bonita del mensaje de una novela, que se convierte en un mensaje real de una situación real que la mayoría ha vivido: el sentirse invisible.
ResponderEliminarDémosle, pues, una oportunidad a la palabra, a la escritura. Salvémonos.