jueves, 1 de junio de 2023

Una nueva versión de Don Quijote, redactada por una antigua alumna del CEA Río Mula. Disfrutad de su talento.

 

Escribo para hablar del único hombre inmortal, un tal Alfonso Quijana, o Quesada, o Quijada, quien venía de un lugar perdido en Castilla-La Mancha, de nombre olvidado. Un hombre, de existencia cuestionable, que ha movido los pilares de nuestro mundo, y que las generaciones parecen haber dejado en los pretéritos incógnitos a cambio de aventuras modernas, amoríos fugaces y sociedades tecnológicas.

Corrían los primeros años de nuestras vidas cuando cruzábamos caminos con tal señor; y, con seguridad, lo hemos visto más veces, incluso, de las que recordamos; solo hace falta escuchar los ecos de su voz en nuestro pasado y, a veces, cruzar la frontera arisca en dirección a la Mancha, descubriendo así sus huellas.

Hemos luchado contra grandes molinos junto a él, contra ejércitos formados por unas cuantas ovejas desgraciadas, acompañados hasta la eternidad por un vástago regordete, mal hablado, campechano, y un caballo escuálido de pasos lentos, torpes y algo cansados. Hubiéramos conquistado el amor de la bellísima Dulcinea del Toboso si no nos hubiera frenado la espada del Caballero de la Luna. Llegamos a liberar a pobres y a esclavos por la gloria de nuestros nombres y por la fuerza del corazón de los guerreros. Descansamos en castillos, que alguien quería hacer llamar ventas. Nos sumimos en sus locuras y, lentamente, nos dormimos en la cordura que provoca la muerte, tras haber conquistado, como héroe y como amigo, la tierra donde aún el Sol no se ponía.

 

En ningún momento el hombre inmortal nos ha dejado solos; sin embargo, ha llegado el día de que nosotros no lo abandonemos a él.

 

Este es el momento de nuestra vida en el que volver a conocer a Alfonso Quijana (o Quesada, o Quijada) no es una recomendación: es una obligación. Un compromiso que hemos de adquirir con ese extraño de yelmo plateado y barbas blancas, con tal de encontrarnos a nosotros mismos.

No es el hombre inmortal quien nos necesita: la Tierra perecerá, mas él será eterno: somos nosotros quienes lo necesitamos cada día más, en este lugar de miedo y despropósito. Puede que todo se corrompa, pero su mano, cálida, siempre nos recoge del subsuelo dostoievskiano.

Abandonad sin miedo la creencia de que conocéis quién es el hombre inmortal, del que tantas y repetidas veces me habéis oído hablar. Sabéis su nombre común, aunque solo eso; porque, en realidad, nadie le conoce como debiera conocérsele.

Es hora, pues, de que lo cojamos en su entereza, sin más cuentos con dibujos y versiones pobres adaptadas: solo nosotros, las páginas que Miguel de Cervantes escribió, y él.

 

Él.

El hombre inmortal.

El eterno Don Quijote de la Mancha.

 

Hay innumerables libros. Lecturas intrigantes llenas de misterio, amor, aventuras. Así que… perdonadme si mi invitación es demasiado altiva: estáis invitados y, al tiempo, obligados a regresar a un relato con el que toda novela moderna se queda en cueros. Un libro que cambiará hacia el bien y nos descubrirá facetas nuestras que no esperábamos y que nos serán necesarias para los futuros que nos vienen.

No os preocupéis: Don Quijote nunca decepciona. Tiene todo lo que promete, y más, mucho más de lo que parece. Don Quijote está unido a nuestra historia, y ya no podéis huir de él. Es hora de que emprendamos de nuevo sus historias, ahora con unos ojos renovados. Don Quijote no es una novela común ni ninguna antigualla: es el libro de la humanidad; y Don Quijote de la Mancha es el humano más humano.

 

Un día, Alfonso Quijada se levantó y dijo:

 

Yo sé quién soy y sé qué puedo ser.

 

Es el momento de que nosotros también lo sepamos, y solo el hombre inmortal puede ayudarnos. Si Dios existe, nos ha mandado a Don Quijote de la Mancha para salvarnos.

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